Cirillo entre los puestos
El mercado es un torbellino de colores y aromas; Cirillo, atraído por los juguetes, se suelta de su mamá y se pierde entre la multitud, hasta encontrarse con un gran oso de aspecto poco amistoso.
El mercado de la ciudad era un estallido de colores y aromas.
Los puestos se alineaban uno al lado del otro como un mosaico viviente: torres de manzanas rojas y brillantes, cestas de pan caliente con aroma de horno, telas ondeando como velas al viento.
Cirillo caminaba junto a Mamá Osa, con los ojos muy abiertos y la cabeza girando de un lado a otro, tratando de absorber cada detalle.
Entonces, de repente, vio algo que lo hizo dar un salto: un puesto lleno de juguetes de madera.
Había trenecitos, trompos, marionetas, tambores e incluso un caballito de balancín pintado de rojo.
Cirillo sintió que el corazón le latía a toda velocidad.
“¡Mamá! ¡Quiero ver los juguetes! ¡Ahora!”
“Espera, Cirillo, primero debemos comprar el pan y la fruta,” respondió tranquila Mamá Osa, apretando su pata.
Pero Cirillo empezó a tirar y a patalear.
“¡Nooo! ¡Quiero los juguetes ahora!”
Mamá intentó distraerlo, pero el osito estaba demasiado emocionado.
De pronto, con un movimiento rápido, sacó su pata de la de su mamá y corrió entre la multitud.
“¡Cirillooo! ¡Vuelve aquí ahora mismo!” gritó Mamá Osa, pero su voz se perdió entre las voces de los vendedores y el murmullo de la gente.
Cirillo corría y corría, convencido de que encontraría el puesto de los juguetes.
Pero cuanto más se metía entre la gente, más se daba cuenta de que no reconocía el camino.
Los puestos eran todos diferentes, y sin embargo, todos iguales.
Su entusiasmo empezaba a transformarse en un pequeño nudo de miedo.
Se detuvo en medio de la plaza.
Ya no veía a Mamá Osa.
No sabía dónde estaba el puesto de los juguetes.
Y a su alrededor, la multitud parecía un río que lo empujaba de un lado a otro.
“Oh no… ¿y ahora qué?” pensó, sintiendo que el corazón se aceleraba.
Fue entonces cuando una voz profunda y ronca lo llamó:
“Oye, pequeño… ¿te has perdido?”
Cirillo se dio la vuelta.
Delante de él había un oso grande e imponente, de pelaje oscuro y mirada severa.
Llevaba un abrigo raído y mantenía las manos en los bolsillos.
“Ven conmigo. Yo te llevaré a casa. Sé adónde ir.”
Cirillo dudó.
Algo en el tono de aquel oso no lo convencía.
Pero estaba solo, y no sabía qué hacer.
Y mientras el sol empezaba a caer sobre los puestos del mercado, su pequeña aventura estaba a punto de convertirse en algo mucho más serio.
