Cirillo se ha perdido
Mamá Osa, desesperada, busca a su hijo entre los puestos; Cirillo resiste al oso malo, hasta que su mamá lo encuentra y lo estrecha en un abrazo lleno de alivio y amor.
Mamá Osa corría entre los puestos, con la respiración agitada y los ojos llenos de lágrimas.
“¿Han visto a un osito pequeño, de pelaje color miel, con una bufanda azul?”
Preguntaba a cada vendedor, a cada transeúnte, pero todos negaban con la cabeza.
El mercado, que antes parecía alegre y animado, ahora era para ella un laberinto caótico.
El bullicio de las voces, el aroma del pan caliente — todo se había transformado en un murmullo confuso.
El pensamiento de que Cirillo estuviera solo y asustado le apretaba el corazón como una tenaza.
Mientras tanto, Cirillo caminaba despacio junto al gran oso oscuro.
Había decidido no resistirse, pero sentía que algo no estaba bien.
Ese oso hablaba poco, y cuando lo hacía, era con una voz fría.
“Entonces, ¿vienes? No queremos hacer esperar,” dijo el oso, extendiendo una pata.
Cirillo retrocedió un paso.
«Yo… yo tengo que encontrar a mi mamá…» murmuró con voz temblorosa.
El oso frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo más, una voz familiar y poderosa rompió el estruendo del mercado:
“¡HIJO MÍO! ¿DÓNDE TE HAS METIDO?”
Cirillo se giró de golpe.
Mamá Osa corría hacia él, con los brazos abiertos y el rostro surcado de lágrimas.
En un instante, el osito se soltó del oso malo y se lanzó a sus brazos.
«¡Mamá! ¡Mamá!» lloró Cirillo, abrazándola fuerte.
«¡No volveré a dejarte, lo prometo! ¡Tuve mucho miedo… seré bueno, lo juro!»
Mamá Osa lo estrechó contra ella, acariciándole la cabeza.
“Está bien, pequeño mío. Lo importante es que estés a salvo.”
El gran oso, al ver aquella escena, dio un paso atrás y desapareció entre la multitud.
La mamá tomó la patita de Cirillo y juntos se dirigieron a casa, lejos del bullicio del mercado.
Y esa noche, bajo su manta cálida, Cirillo recordó la lección más importante de su vida:
cuando se es pequeño, nunca hay que alejarse de la mamá.
