La duda
Solo en el claro, el león escucha las voces de sus padres que le invitan a desconfiar de los hombres. Pero por primera vez se atreve a cuestionar lo que siempre ha creído, y de esa duda nace el coraje de actuar.
El joven león permaneció mucho tiempo en el claro, con el hocico hacia el cielo. La luna estaba tan llena y brillante que parecía observar cada uno de sus pensamientos. El viento movía la hierba alta y parecía susurrar: “No huyas más… no huyas más…”
Pero dentro de sí, el león seguía escuchando las voces de sus padres, grabadas como piedra: — No confíes en los hombres. Ellos son el peligro. —
Esas frases lo habían guiado toda su joven vida. Y ahora, mientras pensaba en Amara, en su llanto, en su rostro marcado por las lágrimas, su corazón gritaba algo diferente: — No es el peligro. Es una niña. Es inocente. Es frágil. Y la he dejado sola. —
El león se puso de pie y, por primera vez, sintió el valor de cuestionar lo que le habían enseñado. “Quizá… incluso las palabras de un padre y una madre no son siempre la verdad. Quizá el verdadero coraje es decidir por uno mismo.”
Esa conciencia lo hizo temblar. Nunca se había atrevido a pensar diferente a sus padres. Sin embargo, esa noche comprendió que crecer también significaba esto: elegir quién quieres ser, incluso cuando el mundo te dice lo contrario.
Comenzó a caminar por el bosque, decidido. Pero sabía una cosa: solo no lo lograría. Los hombres eran fuertes, más fuertes que él, y sobre todo astutos. Tenía que ser más astuto que ellos.
Mientras reflexionaba, escuchó tres maullidos suaves. Se dio la vuelta y vio, bajo un gran baobab, tres gatos de pelaje brillante y ojos que brillaban en la noche como gemas.
Eran Merlín, Morgana y Arturo. Tres hermanos que vivían en el bosque, conocidos por todos los animales por su inteligencia y astucia.
— ¿Qué te atormenta, joven león? — preguntó Merlín, el mayor, con voz calmada y sabia. — ¿Por qué tus ojos están llenos de tormenta? — añadió Morgana, sinuosa y misteriosa como la noche misma. Y finalmente Arturo, el más vivaz de los tres, saltó a una rama y dijo: — ¡Dime que se trata de una aventura!
El león bajó la mirada, luego la levantó con firmeza. — Hay una niña en peligro. Ha sido capturada por los hombres y encerrada. Prometí salvarla… y huí. Pero ya no quiero huir. Necesito vuestra ayuda.
Los tres gatos se miraron cómplices. Luego Morgana asintió lentamente. — Los hombres son codiciosos y distraídos. Podemos engañarlos. Nosotros seremos el señuelo: nos mostraremos y los llevaremos lejos. Mientras nos persiguen, tú irás con la niña y la liberarás.
Los ojos del león brillaron de gratitud. — ¿De verdad lo haríais? — — Por supuesto — maulló Merlín con una sonrisa sutil. — No se abandona a quien está en apuros. — Y además — añadió Arturo, haciendo una voltereta en la hierba — ¡será divertido burlarlos!
El joven león sintió una oleada de nueva fuerza. Ya no estaba solo. El miedo no había desaparecido, pero ahora ya no era un obstáculo: se había convertido en el fuego que lo impulsaba a actuar.
Aquella noche, bajo la luna que iluminaba el bosque, nació un plan de coraje. Un plan que lo cambiaría todo.
