El plan astuto
Con la astucia de tres gatos y la fuerza de una promesa cumplida, el león libera a la niña. Así el miedo se convierte en aliado, la amistad en salvación y el destino en leyenda.
El amanecer estaba por llegar. El cielo se teñía de rosa y oro, y los primeros rayos de sol se filtraban entre las hojas del bosque. Los secuestradores salían de la cabaña: hablaban en voz baja, decididos a mover a la niña antes de que alguien los descubriera. Amara, con los ojos cansados y llenos de miedo, fue arrastrada por el brazo a lo largo del sendero.
Pero detrás de un arbusto, tres pares de ojos brillaban. Merlín, Morgana y Arturo estaban listos.
— Ahora — susurró Merlín, y los tres gatos saltaron de repente.
Con movimientos ágiles y veloces, comenzaron a correr delante de los hombres, la cola alta y la mirada desafiante. Morgana lanzaba maullidos largos y misteriosos, Arturo se detenía y arrancaba como para retarlos, mientras Merlín guiaba a sus hermanos con astucia.
— ¡Miren! ¡Gatos grandes y bien alimentados! — gritó uno de los secuestradores. — ¡Si los atrapamos, tendremos carne para días! Y sin pensarlo dos veces, los tres hombres comenzaron a perseguir las pequeñas sombras ágiles.
La niña quedó sola, con las manos aún atadas. Su corazón latía con fuerza. No entendía lo que estaba pasando, pero sentía que algo estaba cambiando.
Fue entonces cuando el joven león emergió de los arbustos. Su melena brillaba a la luz del amanecer, y en sus ojos ya no había duda. — He regresado — dijo con voz tranquila pero firme.
Amara lo miró incrédula. — Lo sabía… sabía que no me dejarías sola.
El león se acercó despacio, tomó las cuerdas con los dientes y, de un mordisco decidido, las rompió. Las fibras se deshicieron y las manos de la niña quedaron finalmente libres.
— Corramos — dijo él.
Juntos se adentraron en el bosque, lejos del sendero. Los árboles parecían abrirse a su paso, como para protegerlos. El aire olía a libertad, y cada paso los alejaba más de la oscuridad del cautiverio.
Más adelante, entre las ramas, los tres gatos los esperaban, jadeantes pero felices. — Los llevamos lejos — maulló Morgana. — No volverán pronto. — Y — rió Arturo — ¡creo que ya se han perdido! Merlín asintió serio, pero con los ojos llenos de luz: — Ahora sois libres.
Amara se arrodilló y abrazó el cuello del león, apretándolo fuerte. Sus lágrimas ya no eran de miedo, sino de alegría. — Gracias — susurró. — Eres mi héroe.
El joven león cerró los ojos, sintiendo cómo esas palabras le calentaban el corazón. Había tenido miedo, sí. Incluso había abandonado. Pero supo volver, supo cambiar y encontró el valor de actuar con su propia cabeza y con sus amigos.
Porque el coraje no es no tener miedo. El coraje es sentir miedo… y elegir igualmente hacer lo correcto.
